El acoso escolar, o ahora denominado Bullying, existe, ha existido y existirá durante mucho tiempo; es una realidad incomoda, de la que intentamos huir, pero cuando te golpea con fuerza porque te toca de cerca tienes que abrir los ojos a la realidad y afrontar el problema.
Dar el ejemplo como adultos
Hablamos de la crueldad de los niños, de la poca falta de empatía ante el compañero que es “diferente” y al cual asumen que hay que estigmatizar por ello; pero quizás debamos hacer la reflexión contraria y ver en que fallamos los adultos que rodean esos niños para que ellos se comporten así. Comentarios fuera de lugar, racistas y discriminatorios que se hacen delante de menores que todo lo cogen, que luego lo repiten y reproducen, porque si lo ha dicho su padre o su profesor, que son sus adultos de referencia será que es así, con lo cual no se para a pensar lo contrario y lo harán.

Cualquiera puede ser un acosador. El perfil no es el del típico macarra. Ahora ya no, esto ha cambiado bastante; pueden ser niños que durante un tiempo sufrieran acoso en otro ámbito educativo, con problemas de violencia en casa, dando de cara al exterior una imagen de familia perfecta, no todo proviene de familias desestructuradas, monoparentales y con carencias. Incluso un adulto puede ser acosador, sin pretenderlo ni querer serlo; con comentarios fuera de lugar, con la manía que se tiene de etiquetar los niños en vagos, revoltosos o demasiado lentos. Como si esto sirviera para potenciar sus habilidades y motivarlos; pues no, no sirve al contrario, los hunde en un estado de pensar que no sirven para nada o que no están cumpliendo las expectativas que sus padres y profesores han depositado en ellos, esas mismas que nunca han pedido, pero que tienen que arrastrarlas durante mucho tiempo.
El poder del acoso psicológico
Por ello quizás se debería hacer un ejercicio de reflexión y pensar que el primer acosador que todo niño tiene, forma parte de su ámbito más cercano, siendo quizás el más dañino de todos... el acoso psicológico al que se ven sometidos, y es que muchos niños, ya más mayores, se quejan de los malos modos y manera de hablarles de algunos docentes. Y es que para enseñar respeto se tiene que dar respeto; no podemos exigirle a un niño respeto por los adultos que tiene a su alrededor si estos mismos adultos están continuamente faltándole al respeto a ellos.
Las escuelas se han convertido en una minisociedad en la que impera la ley del más fuerte, y no tan solo hablamos de los niños.
Hagamos un ejercicio de reflexión sobre este tema que tanto interés tiene y genera consecuencias tan negativas.
¿Deberían los adultos tratar ciertas cuestiones delante de los niños?
¿Crees que se etiqueta demasiado a los niños con calificativos nada beneficiosos para su desarrollo psicológico futuro?
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